La primera vez que tuve que contestar a esta pregunta formulada por una niña de ocho años en el aula de naturaleza Ermita Vieja, hace ya casi la friolera de 30 años, no fue fácil, nada fácil.

Ambas nos quedamos mirando, ella expectante esperando mi respuesta y yo buscando la respuesta.

Le propuse sentarnos tranquilamente a la sombra de la copa de un hermoso nogal, junto al resto de niños y niñas. Todos aceptaron y a modo de juego, cada cual eligió el lugar que más le apeteció: unos la espalda apoyada contra el tronco, otras tumbadas sobre la hierba, otros sentados con las piernas cruzadas o sobre una pequeña piedra a modo de asiento.

Aun no entiendo muy bien después de tanto tiempo, que fue lo que ocurrió, pero lo que era un grupo de niños y niñas revoltosos, con mucha energía y dinamismo, se iba transformado en calma y sosiego bajo aquel majestuoso nogal. Era un verano bastante caluroso y la verdad es que bajo su sombra se estaba muy bien.

Esa calma nos permitió poco a poco escuchar un sonido repetitivo, como una especie de chirrido de una rueda de bicicleta mal engrasada ¡era un pájaro, un carbonero! Un universo se abrió ante semejante descubrimiento, las preguntas brotaban del asombro de los niños y las niñas ¿de qué color es? ¿qué come?, ¿dónde duerme? ¿es un pájaro o una “pájara”? ¿hay otros? Intentamos observarlo con los prismáticos, lo buscamos en las imágenes de las guías de campo, lo dibujamos en el cuaderno….

Mientras tanto los que estaban tumbados sobre la hierba habían descubierto unas bolas duras, rugosas, de color marrón. Un niño dijo en voz alta que si se abrían podríamos comer lo que tenían dentro, que su abuela en casa se las daba para merendar…Nos empleamos a fondo con las nueces, en observarlas, describirlas, averiguar su procedencia, pero sobre todo en degustarlas.

Nuestro nogal estaba próximo a un pino carrasco. Les invité a cambiar de sombra y ante las reticencias de la mayoría, fui yo la que cambié de árbol y me abracé a su tronco, colocando mi oído sobre él. Como era de esperar a los cinco minutos el grupo entero me acompañaba. Seño ¿qué hace? ¿por qué lo abrazas? ¿se oye algo? Bajo la copa de este nuevo y acogedor árbol pudimos comprobar que sus hojas eran totalmente diferentes a las del anterior: las del nogal grandes, ovaladas, planas y las del pino estrechas, alargadas, puntiagudas, ¡pinchan! En el suelo no había nueces, pero si otros frutos más grandes, con forma de conos con unas hendiduras que se podían abrir y de donde salían pequeñas semillas aladas, ¡son piñas, son piñas!, alguien gritó.  Alborotados se pusieron a recoger todas las que podían llevar en sus manos y bolsillos. Una niña un poco desilusionada dijo a sus compañeros que algunas de esas piñas estaban rotas y que no servirían para nada. Finalmente descubrimos que no estaban rotas, sino que algún animalito se había dado un rico festín. La expectación fue mayúscula ¿qué animal? ¿dónde está? ¿dónde vive?¡yo lo quiero ver! Dicho y hecho, como por arte de magia una zangolotina ardilla saltaba de rama en rama a muy poca distancia de nosotras. La alegría fue desbordante, el entusiasmo contagioso y yo la persona más feliz del planeta al estar compartiendo esos instantes llenos de tantas emociones.

Por la tarde en el taller de ecología, retomamos todo lo que habíamos anotado en nuestro cuaderno de campo. Continuamos investigando sobre todos aquellos interrogantes no resueltos y muchos más que iban surgiendo a medida que compartíamos en grupo lo vivido.

Nos fuimos haciendo conscientes de todos los vínculos que existen entre los árboles y el resto de organismos vivos, entre los que nos encontrábamos nosotros.

Y sin darnos cuenta empezaron a surgir compromisos individuales y colectivos de respeto y cuidado hacia nuestros amigos LOS ÁRBOLES.

Por tanto, si me preguntan qué es un árbol, mi respuesta firme sería “un mundo de emociones, de relaciones por descubrir, de sensaciones, de VIDA”.

Pero, además, en estos momentos de crisis ecosocial, donde el cambio climático es uno de los grandes problemas a los que nos enfrentamos todos los seres vivos del planeta, los árboles son cruciales para adaptarnos a esta situación y ¿porqué no? Intentar paliarla.

Desde esta perspectiva la respuesta a la pregunta ¿Qué es un árbol?, seria “UN BENEFACTOR”

Los beneficios ecosistémicos (servicios que derivan del propio funcionamiento de los ecosistemas) que nos ofrecen los árboles son muchos y muy importantes. Entre los más relevantes se pueden destacar los siguientes:

  1. Ayudan a mitigar el cambio climático. La principal causa del cambio climático es el excesivo aumento de la concentración en la atmósfera de GEI (Gases de Efecto Invernadero), fundamentalmente el CO2. Los bosques están catalogados como sumideros de carbono. Un árbol maduro puede absorber hasta 150 kg CO2 por año (Fuente: ONU HABITAT).
    El CO2 es fijado mediante el proceso de la fotosíntesis y convertido en glucosa, siendo esta la principal fuente de energía para la planta.  La glucosa no utilizada se almacena en forma de almidón. Para las personas el almidón es la principal fuente de energía de origen vegetal.
  2. Purifican el aire. Son auténticos filtros de aire. Absorben gases contaminantes como el óxido de nitrógeno, el dióxido de azufre y el ozono. Además, funcionan como filtros de las partículas en suspensión atmosféricas (polvo, polen, hollín, humo, etc..) bastante perjudiciales para la salud.
  3. Generación de oxígeno. Una hectárea de árboles adultos puede proporcionar el oxígeno necesario para 10 personas, al año.
  4. Evitan la erosión del suelo, son fijadores del suelo. Las raíces de un árbol maduro pueden extenderse 2 o 3 veces el diámetro de la copa. Esto hace que puedan sujetar el terreno y estabilizar laderas y colinas, evitando la erosión y por tanto la perdida de suelo fértil.
  5. Favorecen la biodiversidad. Los árboles, los bosques son excelentes hogares para todo tipo de fauna: pájaros, insectos tan beneficiosos como las abejas y todo tipo de especies que se relacionan entre ellas y con su hábitat.
  6. Esenciales en la regulación del ciclo del agua. Filtran y retienen el agua de lluvia. Las copas de los árboles sirven para recolectar la mayor cantidad de lluvia posible y la procedente de la niebla, que se desliza entre las hojas, ramas y tronco hasta alcanzar el suelo. El agua que se filtra por las raíces sirve para nutrir toda la vegetación y recargar las aguas subterráneas.
    La alta evapotranspiración de las masas arbóreas asegura un fuerte efecto de enfriamiento de su hábitat, siendo esto de gran interés en los medios urbanos.
  7. Son termorreguladores. Captan la luz del sol y proyectan su sombra al suelo evitando que otros seres vivos reciban directamente los rayos solares. Los grandes bosques reducen el calentamiento de la atmósfera y regulan la temperatura de la tierra.

Seguro que existen muchos más aspectos positivos de los árboles para el sostenimiento de la vida ¿Conoces alguno? ¿Lo compartes con nosotras?

Amparo Alonso
Bióloga y Educadora Ambiental