Compartimos aquí un precioso cuento escrito por Pablo Acosta, amigo y profesor del IES La Madraza de Granada. Este bonito cuento nos lo dedicó con motivo del 40 aniversario de Huerto Alegre, y cuenta con gran sensibilidad y belleza la historia de una relación. Aquí os dejamos esta preciosa historia. ¡Muchas gracias, Pablo!

«Érase una vez, hace mucho tiempo, un país muy seco y una tribu que sobrevivía con muy poca agua, prácticamente con lo que recogían de la lluvia. No se quejaban porque creían que eso era lo normal.

Una chica de la tribu, una joven de espíritu aventurero, decidió realizar un viaje alejándose de su aldea para explorar otros lugares.

Caminó y caminó y llegó a un manantial. El agua brotaba con fuerza del suelo y bajaba por la ladera formando una serie de charcas conectadas por pequeñas cascadas. La chica bebió el agua y la pareció maravillosa: fresca y sabrosa, mucho mejor que el agua al que estaba acostumbrada.

Llenó varios recipientes para llevar a su aldea. A la gente de su tribu le encantó el agua y escucharon con admiración la descripción que la chica hacía del manantial. Repitió el viaje y les llevó más de aquella agua que tenía un efecto especial sobre las personas: se les notaba más alegres y saludables. ¿Acaso el agua tenía propiedades curativas?

En la siguiente expedición acompañaron a la chica tres personas de la tribu que se saciaron del manantial y se dieron un baño reparador. Sus cuerpos estaban tan limpios y sus melenas tan brillantes que, a su vuelta, el resto de la tribu se acercaba a tocarlos con curiosidad.

En otra ocasión toda la tribu hizo una excursión al manantial. Fue una jornada festiva. Pasaron el día bañándose, riendo y disfrutando de una entorno fresco y sombreado. Además, coincidieron con otras gentes que también acudían al manantial y allí se forjaron amistades que dieron origen al Clan del Manantial. Algo memorable. Todavía se habla de esa jornada cuando la tribu se reúne por las noches para compartir historias y leyendas.

La vida era cada vez mejor gracias a las frecuentes excursiones al manantial, pero varios miembros de la tribu, especialmente creativos, plantearon que podrían tener su propio manantial en la aldea. Después de mucho deliberar estuvieron de acuerdo en ponerse manos a la obra. Picaron y picaron hasta llegar al nivel freático y el agua empezó a brotar del suelo y a circular en un pequeño arroyo junto a la aldea. Desde entonces viven felices con agua cerca para beber, para lavarse, para cultivar, para refrescarse…

Aún así, de vez en cuando, les gusta volver al manantial original, hacer excursiones a aquel paraje singular que descubrió la chica aventurera. Allí, cuarenta años después, el agua sigue brotando abundante y dando vida a su alrededor.»

(Dedicado a Huerto Alegre en su cuadragésimo aniversario)